31 ene 2010

East London, Bizarro Unlimited...

Holandeses calientes, alemanas inocentes, argentinos desquiciados...
La noche se puso picante en el mismo momento que se vio cómo formaba la delantera del equipo del Backpacker. Capitana, Natasha, la encargada y hermosa meretriz, quien se transforma con la luna llena, o con unas cuantas copas de whisky, depende que ocurra primero. Esta mujer ciertamente desquiciada y algo psicótica, empezó a mostrar muy rápidamente la hilacha del alcohol, y a sobre arengar a un grupo de pibes holandeses, a un norteamericano sordo, a cuatro o cinco minitas aburridas, y a nosotros mismos, que con las germanas y la española, completábamos un inverosímil cantidad de casi veinte almas a la deriva.

Como si fuéramos pocos, apareció repentinamente en medio de la reunión, acusando notorios y severos daños emocionales, la hija de nuestra anfitriona. La niña, quien no superaba los dieciséis añitos, estaba envuelta en una toalla blanca, recién bañada, y llena de "impudismo" en medio de la cocina... entre los mencionandos holandeses "sobre excitados", haciendo preguntas estúpidas con propósitos muy poco claros. 

La noche se inauguró con una salida que propuso Natasha, ya muy borracha, entre gritos y modales algo bruscos, en dirección a un bar en la esquina del hostal. Antes de ello, decidimos que si nos íbamos unir a tal despropósito, mejor tomarse todos los restos de vinos que habían quedado abandonados en la parrilla del hostal, como para perder un poco el sentido común y sentirnos parte de la batalla. “Vayan yendo, vayan yendo que los alcanzamos en breves minutos”. Consumado el secuestro de los alcoholes y haciendo efecto a pasos agigantados, salimos a ponerle color propio al asunto este de la bizarrez.

No tuvimos tiempo de acercanos al bar, ya que apenas nos pusimos en camino, nos cruzamos con muchas caras de frustración en la banda, por haber descubierto que todo el asunto de la fiesta, era la famosa "engaña pichanga" de los hostales para hacer consumir a alcohol a los pibes y cobrar comisión. Se comentaba que escucharon a Natasha, desde ahora, la embriagada de 50 años, peleando con el dueño del bar diciéndole: “Te traje quince personas, ¿dónde está mi dinero?” o algo así. El desvarío de la señora aparentemente no le permitía siquiera hacer negocios con niños.

Sin embargo, con la frente en alto, la vista más que nublada y balbuceos varios, empezó a gritar nuevamente y a organizar un safari party hacia un lugar que nadie conocía. Llovía torrencialmente, pero como por arte de magia y virtud de borracha, en unos cuatro minutos dos autos de escasas dimensiones se vieron colmados por extranjeros desconocidos y una loca como guía. Abultados, excitados, y sin saber dónde íbamos, nos lanzamos a la autopista que circunda East London en busca de más aventuras animadas de ayer y hoy.

Luego de una cierta cantidad de vueltas y no encontrar el lugar, los comensales se empezaron a poner alguito nerviosos. La mina no podía encontrar nada en su vida, mucho menos un bar. La hija daba algo de lástima, pero en este blog no tenemos lástima por algunas cosas de las cuales preferimos reírnos. Cuando la paciencia y las caras en los autos empezaban a denotar total hastío, llegamos a un lugar muy animado, con buena música, con poca gente, y tragos baratos. Punto para la señora y “una ronda de tekila” para quien lo desee. ¡Que sean dos! ¡Que sean tres! ¡Pará que no puedo parar de bailar!”, “Pará, pará que se me pone todo en realidad virtual”, “Pará, pará que no sé dónde estamos y quién nos lleva de vuelta”...

¡Qué pedal que tiene la gente y qué divertida se puso la vida!... En medio de la realidad virtual se veía a la vieja tirando ojitos a los treintañeros, a los barman, y a los nenes. Un DJ de dudosa calidad se creía que estaba en Ibiza, y nenas de quince años mostraban las tetas empapadas por la lluvia que azotaba el sector fumador en el patio del bar. Los holandeses eran un espectáculo aparte, sólo faltaba que se bajen los pantalones y pierdan la línea en el medio de la pista.

El cuadro de la noche empezó a mancharse cuando a eso de las tres de la mañana, madre e hija, las dos borrachas, empezaron con treinta años de diferencia a bailar a lo “Nueve Semanas y Media” en medio del asedio impúdico de los niños holandeses. After that, la vieja perdió totalmente sus cabales y empezó a gritar que se quería ir o que no se quería ir, eso sólo ella lo sabía. Por el bien de todos, y porque nuestro DJ decidió cortar uno de los mejores temas de la noche por la mitad con toda la gente saltando, decidimos que nos las tomábamos. Llovía más fuerte aún y los autos no daban abasto.

De alguna manera logramos acomodarnos, para que la señora con severos trastornos emocionales nos llevara de vuelta hacia un reparador descanso y un final de noche a todo culo. Lamentablemente, acá empezó la peor parte ya que la señora no tenía en absoluto control 
sobre su ser, y nos hizo perder por el lapso de unos cuarenta minutos... abultados, borrachos, y con muy poca nafta en los tanques. Los ánimos se caldearon mucho y se empezaron a escuchar puteadas en varios idiomas. Como por arte de magia, la hija empezó a rescatar la situación y a tomar las riendas de nuestras vidas, aunque eso sólo sucedió en uno de los autos, porque el auto donde viajaba la vieja, se perdió.

Arribamos al hospedaje de la mano de la hija y a los veinte minutos por suerte llegó el segundo auto, aunque con la infeliz novedad que la señora se había bajado a los gritos en una de las zonas "más peligrosas" de la ciudad, insultando a todos y sin control de sus habilidades motrices. Previo a bajarse del auto, revoleó un par de manotazos hacia la gente, e insultó a quienes manejaban. En fin, el quilombo que se armó cuando la hija se enteró dónde se había bajado su madre fue algo tremendista, bizarro y de muy mal gusto.

La imagen que me acuerdo es la siguiente: mientras nosotros robábamos queso en la cocina, pasaban por detrás y a los gritos, personas que se chocaban pidiendo un teléfono para llamar a algo así como el 911 de emergencias; la hija puteaba a todos y a nadie, desesperada y a la voz de: “ahí matan gente todos los días”, los holandeses no entendían nada, pero estaban pensando en sexo seguro. El cuadro lo cerraba una mujer que dormía en el sillón del living como si nada estuviera sucediendo.

Mucho loquero, rico queso y cuando todo estaba por colapsar y hundirse en las profundidades, apareció por la puerta nuestra whiskera del día, altiva, mojada y desafiante, tratando de demostrar que podía caminar sola. Orgullosa desfiló en medio de todos, dio vuelta su cara hacia la cocina, saludó como si nada hubiera sucedido y la bizarrez quedó toda linda juntita, unida, y con final feliz.

La realidad virtual está buenísima y la noche terminó en los cuartos, pero las persianas ya estaban bajas. Punto final para una noche apasionante, fantástica y vertiginosa. Sólo restaba descansar para esperar la mañana y comenzar el documental del Apartheid... previo a nuestra siguiente mudanza hacia un nuevo sitio de un viaje que comienza a volverse indescriptible. Hasta la próxima y muchas gracias.


Emo, tetas y el resto...

2 comentarios:

  1. Si Otto Bember se hubiera establecido en East London, la EastLondonBlack, igual tendría el inconfundible sabor de una Quilmes... ¿no, Pablito?

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